"Mi tío estaba acompañado solamente por el Carano, su espolique de turno, frente a la entrada del callejón de Santa María. Era un pasadizo estrechísimo, en forma de gradería, de unos cuarenta escalones que bajaban hasta la plaza de la Verdura, flanqueado por el muro de Santa María la Mayor y por una casa también muy alta de unos carniceros llamados los Sordos. Ni el templo ni la casa tenían ventanas que diesen al callejón. (...)
-¿Qué llevas ahí?- le había dicho, cuando cruzábamos la plaza del Trigo, el cirujano Corona, un hombre muy distinguido, de rostro noble y ajudiado."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.212-213
No hay comentarios:
Publicar un comentario