"Sin duda alguna Eucodeia había sido advertido, pues un instante después de haber pasado bajo la luz del farolón, se vio a tres bultos, que venían tras él, quedarse pegados al muro de Santa María que daba a la calle Cardenal Cisneros, quizás por si la agresión era múltiple; cosa totalmente desusada en Auria, donde las peleas eran siempre de hombre a hombre."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.213
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