"A la distancia del tiempo y del espacio sentí con toda claridad cuánto había en aquella ligazón, de costumbre, de cotidiano pacto, de no sé qué sedimentación hecha de imágenes reiteradas e ininteligibles, de experiencias obscuras, de infinitos y mudos diálogos, entre tan fuerte inercia y la tierna y lenta construcción de mi vida, de mi conciencia de ser; todo condicionado por la lógica presencia del templo y por la ilógica consecuencia que desplazaba de sí, envolviéndome, arrastrándome, enajenándome con poderes situados más allá de lo visible, de lo comprobable, que me hacían vivir todo lo demás, aún las cosas más inmediatas, en su dolor y en su goce, más veraces, como provisionales modos del existir."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.152/153
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