"Y con la misma, sin soltarme ni decir más palabras, cruzamos el claustro gótico, y, poniéndome en la puerta de la calle del Tecelán, me dio suelta como a un gorrión hacia el lucerío de la rúa, diciéndome mientras me alejaba: (...) ¡Hala para casa, pillabán!"
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx. 78
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