"Los soportales de la calle del Cardenal Cisneros ofrecían un aspecto conspiratorio y un tanto teatral. Cada pilarón del soportal abrigaba en su sombra a unos cuantos caballeros de capa y de bimba; sombras ellos mismos en aquella obscuridad que hacía aún más maciza el farol de petróleo iluminando semicircularmente un trecho breve de la calle, que no alcanzaba, en todo su ruedo, a media docena de pasos. Soplaba el viento helado y, por momentos las bruñidas losas de la calle relampagueaban con los lampos lunares que se metían por entre las nubes, delgadas y veloces. A cada tramos de las repentinas luces del cielo, los murmullos de los del soportal se interrumpían, como denunciados por aquella fosforescencia que todo lo encendía de vivísimo azulplata."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.212
No hay comentarios:
Publicar un comentario