"-Toma para un trago, venerable Joaquina; cierto es que el zorro pierde el pelo y no las mañas. Sigues poniendo el mejor guiso de lamprea de todo este obispado y provincia. ¡El mejor, Quina, el mejor!-exclamaba sin dejar de masticar ruidosamente-. El mejor incluyendo el convento de Ervedelo donde hay un lego cocinero, ¡Dios lo bendiga!, que tendría que ser cardenal si las cosas de la jerarquía anduviesen como debieran andar. Y mejor que el cocinero de Su Ilustrísima, a cuyo episcopal pesebre va a parar lo mejor que da el río Miño. ¡Perdón, señoras y caballeros, pero para mí la lamprea es la verdadera misa mayor de este día!
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.125-126
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