sábado, 14 de diciembre de 2013

"La Pelana"

"Los hechos ocurrieron así: popularmente se conocía a la Pelana, propietaria de la casa de lenocinio más lujosa de Auria (...)

En los últimos tiempos su palidez se había extremado en pocas semanas, hasta adquirir un tinte amarillento, como pajizo, y sus ojos se habían ido hundiendo tras unas ojeras papudas y salientes, como de borracha. El rumor de que una grave enfermedad la minaba se hizo certidumbre cuando la criada del médico Corona dijo, en el lavadero público de las Burgas, que "la Pelana tenía un cáncer abajo.

Fue breve el proceso del terrible mal, y cuando las cosas se inclinaron a lo decisivo se hizo trasladar, desde los esplendores y comodidades de la casa de pecado, a una chavola de madera en las afueras, cerca de las Lagunas. (...)

El ataúd fue llevado a hombros por mujeres, cosa nunca vista en Auria, y seguido por la muchedumbre. Las que lo llevaban eran cuatro gigantas silenciosas llamadas las Catalinas; unas aldeanas que venían al rayar el alba, desde su lejano lugar de la Valenzá, a ganarse un jornal picando pedernal, de sol a sol, para las obras de la carretera nueva.

Al llegar el imponente cortejo a la puerta del camposanto, que estaba en los altos de la ciudad, el conflicto adquirió su gravedad definitiva.(...)

Mas casi en este mismo momento se vieron aparecer a retaguardia, por el final de la calle Crebacús, los charolados tricornios de los guardias civiles que habían sido avisados y que llegaban...

(...) Durante la pedrea se oyeron varios disparos, afirmando algunos que habían sido hechos por los guardias civiles parapetados en las cocheras eclesiásticas de la rúa del Obispo Carrascosa, y otros que habían salido del palacio mismo (...)

A su paso por la plazuela de los Cueros, las Fuchicas las atajaron blandiendo un crucifijo y llamándolas "zorras, bandoleras y condenadas", por lo que hubo una breve zalagarda de arañazos y repelones donde las Fuchicas llevaron la parte peor.

(...) subían hacia los cementerios, que estaban separados por un muro, dando un rodeo por el callejón de la Granja (...) y aunque le cementerio, en previsión de los pocos herejes que Auria había de dar de sí, era pequeñísimo, de unas cincuenta varas de largo por veinte de ancho, el asunto fue trabajoso (...)

En las primeras horas del día siguiente una noticia pavorosa corrió por toda la ciudad. El ataúd, conteniendo los restos de la Pelana, había sido hallado por el pincerna de la catedral en su primera ronda, antes de la misa del alba, en el mausoleo que esperaba, abierto, los restos del santo obispo Valerio.

Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997,capítulo XVI, páx. 87-96




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