"Se enfrascaron luego en los pormenores de mi traje y discutieron, con enfadosa prolijidad, si tomaría la comunión de manos de Su Ilustrísima, en la misa grande de la catedral, o del abad de los Dominicos en la iglesia nueva: un horrendo armatoste de piedra y mármoles recientes, costeado por los maragatos y que era la iglesia preferida por la buena sociedad de Auria"
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.86
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