"Entré en la capilla del Santísimo Cristo, que a tal hora se amodorraba en una sombra espesa llegada
de los rincones, con olor a pábilo y a siglos, tan sólida que parecía sentirse, al andar, su resistencia como una mano blanda, inmensa, posada contra los huesos del pecho.
(...) En los testeros laterales los retablos renacentistas del Descendimiento y de las Mujeres de Jerusalén sosegaban, con un patetismo más noble e indirecto, el "tempo" apasionado de aquel rapto de la madera.
Cuando todo estuvo ordenado en sus justos términos y luces adecuadas, sentí que me volvía la tentación, casi incontenible, de otras veces y quise huir, también como otras veces, pero aquel día no pude.
(...) y descorrí la cortina de un tirón.
Consciente de la violación volví, con la cabeza baja, sin mirarlo y me arrodillé de nuevo en el comulgatorio. Allí estaba, frente a mí, tan cerca como sólo lo habían tendio los oficiantes, desplegado como una inmensa voz que venía de todas partes, como un vivo resplandor hiriente que me envolvía. Sí, estaba allí con su brutal severidad, su costillar escueto, sus descarnadas tibias de osario, sus larguísimos brazos de embalsamado. Las manos y los pies desdibujábanse hacia lo obscuro en una especie de borrosidad carcomida, y el pelo de muerto le caía, lacio y lateral, sobre la mitad del rostro hundido en la clavícula, hasta mezclarse con la barba larguísima, también de pelo natural.
De la cintura, increíblemente consumida, pendía, en vez del sudario, un faldellín de terciopelo carmesí, con franja de amatistas y brillantes que, por contraste, hacía resaltar, aún más patética, aquella tremenda muerte esculpida. La media cara visible, a través de la lacia pelambrera, mostraba una demacración de mejillas hundidas y pómulos gangrenosos y salientes, y el párpado recogía, en su grieta, un hilo de luz distante elaborándolo en reflejo de lágrima sobre la revuelta pupila.
Allí estaba, frente a mí, el Santísimo Cristo de Auria...
Fotos extraídas de: www.ourenses.com
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