De un brinco me senté en la almohada.
-¿Cuándo?
-Anoche. Me mandó un propio al anochecer y hemos hablado un momento, en el callejón de San Martín.
-¿Te vieron?
-Creo que no; todavía no habían pasado los faroleros.
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, Capítulo IV, páx. 28
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