"Rugía en los jardinillos un helado noroeste. Los plátanos de la Alameda del Concejo se doblaban como vencidos por una fuerza silenciosa, pues dentro de la sólida estructura de piedra del viejo palacio, en la que estaba instalado el Casino, apenas se oía el vendaval. Durante mucho rato estuve pegado a los vidrios de la galería viendo caer las ráfagas del agua oblicua, transparentadas por repentinos temblores de luz. Más allá del café de La Unión, las casas se perdían en borrosas siluetas, como evaporándose en grises esfumaturas."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.211-212
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