"En cambio me consintió detenerme unos instantes en la plaza del Corregidor, donde otra muchedumbre, no menos sensual y herética, hervía de actividad y de excitación celebrando una follateir: misteriosa fiesta de Auria, reminiscencia, quizás, de cultos báquicos del latino colonizador. Mas apenas pude entrever, entre el gentío apiñado, una especie de templete, de tablas, cubierto de verde pinocha y de ramas de laurel y vid, donde un viejo y una vieja, al son de cantigas y panderos, batían leche en rojas ollas de barro, con miradas y gestos de evidente concupiscencia, todo en medio del más ruidoso desenfreno y algaraza de la plebe, que bailaba al compás de rústicos instrumentos y se agrupaba, cantando y pataleando, a la puerta de las tabernas, con la taza de vino en la mano y bajo las guirnaldas de los versícromos farolitos de papel, que acababan de encender."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.141
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