"El pincerna no se atrevió a decirle que estaba muy excedida la hora reglamentaria para tener abierto el templo. Y no sabiendo qué hacer, salió a la nave lateral y encaramándose en el borde del enterramiento de un obispo, terminó sentándose encima de la mole yacente liando un cigarrillo."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.194
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