"Encontramos a Amadeo -fuimos a tiro hecho- en un ángulo del café de La Unión, enfrascado en Las confesiones de Rousseau, que era una de sus lecturas maníacas, comiendo con lentísimo deleite una de sus pulidas uñas, que tal era el destino final de todas ellas, aunque muy economizado."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.428
No hay comentarios:
Publicar un comentario