"Se me había hecho tarde y me fui directamente a la catedral. Al entrar por la puerta del reloj me encontré con el sastre Varela -un sastre literario- que salí y que me miró de una manera especial, como sorprendido; cosa sin ningún fundamento, pues en Auria nos veíamos todos unas diez o veinte veces al día. Al contestarle al saludo me llamó y me dijo bisbiseando:
-Lo felicito; son hermosos, hermosos. Estamos todos muy conmovidos. ¡Será usted una gloria para Auria! (...)
-Pero, ¿es que no sabía usted...?- y sin más, sacó del bolsillo de la chaqueta El Miño, de aquel mismo día, que insertaba en su primera página y bajo un fervoroso acápite, un poema mío que databa de un año atrás."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.418
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