"La misa desfiló ante mí como una retahíla de palabras y una serie de movimientos sin sentido. Pero pensé mucho en mamá, casi rezándole. La imagen de Santa María la Mayor me recordaba siempre su cara de joven. Me volvieron sus palabras de queja y burla, en el tono exacto de su voz, tantas veces oídas mientras crecía "de zagal a mozo endrino".
-¡Como andas, hijo mío! ¡Mira qué manos, qué ropa, qué pelos...! ¡Ay, santo Dios, ni que fueras poeta!...
Los versos decían así:
LA MADRE
Adviene por las cumbres encendidas,
señales y portentos le abren paso,
se rasga en dos el velo de la altura
para su muerte.
Sobrecogidos pasmos forestales,
arrodillados montes, quietos ríos,
y mudez repentina de los pájaros,
para su muerte.
Anunciada en arcángeles y signos
-se vieron en lo azul corona y palma-
hizo pie en la ribera del martirio,
para su muerte.
Nadie de más belleza sufridora,
ni voz así, de mágica y ardiente,
ni manos de tan altas bendiciones
para su muerte.
Certero fue el destino de su carne
de tránsito y dolor todos sus días
bendita era en su vientre y en su llanto,
para su muerte.
Sin otras flores del vivir gozoso,
he aquí que apenas fuimos sus pisadas
en la sangrienta roca de este mundo
para su muerte.
Después todo pasó, la cruz y el vuelo,
la incontenible ausencia decretada,
el zarpazo del tiempo con su presa,
para su muerte.
No hubo siquiera pausas, no hubo adioses;
portento era el quedarse, no la ruta
volada, transitada sin descenso
para su muerte.
Y ahora aquí, esta piedra encadenada,
esta callada entraña abierta al buitre
esta furia del hombre y su blasfemia,
para su muerte.
Este rostro de tierra, estos gemidos,
estas hierbas que nacen de mi boca,
estos pútridos ojos sin imagen
para su muerte.
-Dadme el acento, sepa la palabra
o argüidme un rostro que ella reconozca
desde sus ángeles, desde sus alburas,
para mi muerte.
¿Qué miserable cieno expiatorio
o flor podrida o limos estancados
pueden formar el nombre requerido?
Para mi muerte.
Pido a mi sangre el eco de su paso,
palpo en mi carne el sitio de sus alas,
busco en mi voz la concertada suya,
para mi muerte.
Nada, nada, ni espectro ni memoria,
ni su hueco en el aire que la tuvo,
ni el resonar del tiempo así rasgado,
para mi muerte.
He aquí la soledad que nunca pude,
el declarado gesto de lo estéril,
el mundo en sí, vacío de respuestas,
para mi muerte.
(¡Oh, si la oculta huella, si aquel tránsito
que iba de Dios a Dios, por donde andabas
dejado hubiera el cauce de tu huida,
para mi muerte!)
¡Dame señal, soberbia de tus ángeles,
impasible, de Dios contaminada,
irreparable afán que así me niegas,
o dame un punto donde me desande
desde este amor sin ti, desde esta nada,
hasta el nacer desde otro fiel comienzo,
para mi muerte.
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.419-421
"Inesperadamente, dianta das pesimistas noticias sobre a saúde da súa nai, embarca no Higlland Princess. (...) O 29 de marzo de 1933, logo de 20 días de viaxe, o Higlland Princess chegou a Vigo. Eduardo Blanco Amor viaxou sen tardanza a Ourense para reunirse coa súa nai, xa gravemene enferma. (...)
Sen embargo debe volver axiña a Ourense. Aurora Amor morre. O día 1 de xuño, xa está a carón da súa nai da que non se afastará ata o falecemento da muller o día 12. Eduardo Blanco Amor permanece silencioso dianto do cadáver de Aurora. Non puido cumprir o propósito de vivir con ela os últimos anos; Aurora estaba orgullosa do fillo escritor, pero agora, diante do cadáver da muller, el tería trocado o seu libro de versos e o seu prestixio de xornalista corresponsal por ter vivido con ela o pouco tempo que lle quedaba de vida. Alí mesmo Eduardo prométese volver o 12 de cada mes a Ourense, polo menos mentres estea en España. Máis tarde, no décimo aniversario da morte de Aurora escribirá, en versos de pé quebrado, o poema "La Madre", utilizados en La catedral y el niño na escena do pasamento da nai do protagonista Luís Torralba. Blanco Amor inclúe, con variantes este poema na novela, unha vez que elimina a sexta estrofa, de referencias biográficas:
"Castor, Julia, Camilo, Eduardo, Antonio,
Marina, Emilio, fueron sus pisadas
en la sangrienta roca de este mundo
para su muerte."
O día 14 acompañado polo alcalde de Ourense e de Vicente Risco, Eduardo dá terra a Aurora Amor."
Gonzalo Allegue, Diante dun xuíz ausente, ed. Nigra, Vigo, 1993, páxs. 117-119
Aurora Amor e os seus fillos (de esquerda a dereita: Camilo, Castor, Eduardo, Aurora, a nai, Julia e Marina |
Foto tomada del libro de Gonzalo Allegue
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