"Durante el viaje de ciento veinte kilómetros hasta Auria, en un departamento del exprés que Valeiras había tomado para todos, redescubrimos aquel pedazo de la belleza de nuestra tierra a través de la admiración de aquellos muchachos sensibles y limpios de alma, que corrieron de una ventanilla a otra todo el tiempo que duró, cambiando, en voz alta, sus asombros y comentarios.
-¡Y eso que veis mi tierra en invierno!-dijo Valeiras, reventando de satisfacción, pero sin poder con aquella voz de convaleciente que se le había puesto desde que desembarcaran los suyos.
Cuando el tren, dos horas después, desembocó en el valle del Ribero, los jóvenes sosegaron sus corridas y se quedaron quietos, asomados a una ventanilla, con la madre en medio. Al poco rato de contemplación, Saúl se volvió hacia su padre, con los ojos muy abiertos y atrayéndolo hacia el grupo, le dijo:
-¡Cuánta razón tenías, papá!¡Es lindísimo!
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.413
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