"Al día siguiente, mientras me desayunaba con las tías, pregunté desganadamente por él y me contestaron que se había ido, casi al amanecer, a la catedral a confesarse y a comulgar, y allí le había dejado Obdulia, oyendo misas desde entonces. También me enteraron que durante la noche, la había despertado dos veces y le dieron media docena de vueltas al rosario.
- Más valía que se hubiese muerto.
- Vamos, Luis, no seas hereje. La religión es un consuelo-dijo Lola. (...)
Con aquellas últimas palabras de Modesto, caí en la cuenta de la prosperidad del remendón y de su mujer, que, desde hacía bastante tiempo, vivían sin trabajar, en una casa de la carretera nueva; y pensé también en Pedrito Cabezadebarco, que se había marchado, por aquel entonces, a los Salesianos de Mataró. Modesto volvió a la carga.
- Tienes que reconciliarte con Dios.
- Yo no tengo con él desavenencias graves, tío. (Estuve por añadir:"No le rompí la crisma a ninguno de sus representantes en la tierra", pero me contuve.)"
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.385-387
No hay comentarios:
Publicar un comentario