"¡El que no sabe es como el que no ve! ¿Pero no se da cuenta de que todavía nos hace un favor? ¡Con sus conocimientos, con esa manera de hablar...! Desde aquel día que estuve con usted en la catedral, me parece otra; si, señor, parece que me habla... ¡La pucha, menos mal que no lo pescaron otros antes! ¿O es que no se enteró de las indirectas que le echaron los Santamaría para llevárselo? Bien claro lo dijo don Carlos cuando usted les explicaba el convento de San Francisco:"Si encontrásemos uno así en cada ciudad de Europa..." y hasta hay gente que cobra buen sueldo por eso... (...)
-¡Hábleme claro, rediós! Yo soy de aquí, pero no soy de aquí, y hay cosas que no las entiendo. ¿Es por el dinero? ¿Cree que su viaje me va a arruinar? Donde viajan cuatro ¿no viajan cinco, eh? - se quedó esperando mi respuesta. Yo leía y releía el medallón estampado en el tafilete de mi sombrero: "Sombrerería Ralleira. Tiendas 3. Auria... Sombrerería Ralleira. Tiendas 3. Auria..." mientras las ideas descoordinadas, veloces, parecían rebotar contra las paredes de mi cráneo. (...)
Me fui a la catedral y anduve por allí una hora. Cuando salí mi decisión estaba tomada.
(...) Yo, entre tanto, devoraba el suplemento extraordinario de El Miño, que acababa de salir. Habían asesinado a unos príncipes en un lejano país, y era inminente la guerra europea.(...)
-¿Pero qué voy a hacer allá, Valeiras? No sirvo para nada...
-América inventa hombres.
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páxs.441-447
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