"Bebió una taza de café con la ducha abierta y cuando entró en el cuarto de baño pareció ingresar en un barrio próximo al río donde la niebla lo cubría todo; silbó algo mientras se duchaba y una vez seco, se retrasó bastantes minutos en encontrar ropa limpia (...) aunque ya no existía un impertinente como López que lo saludara en el Liceo dedicándole un "cerdo" matinal en vez de unos "buenos días, don Eusebio"."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.142.
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