"Acordaron encontrarse a las nueve de la noche, ¿le parece?, "está bien", dijo Araújo. Dejó a Máximo jugueteando con las cartas entre las manos temblorosas y a través de la calle Coronel Ceano subió hasta la zona de los vinos; deploró la estúpida costumbre de rotular las calles con nombres de militares, políticos, eclesiásticos, que habían sustituido las denominaciones entrañables de su junventud."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.148.
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