"Después fue al Trangallán a comer dos raciones de empanada que iban a ser el almuerzo de ese martes, bebió tres tazas de vino y se recogió en casa a las dos y media. (...) Algunas palomas picoteaban restos en las lajas de la Plaza Mayor, indiferentes a los barruntos de tormentas que quizá noviembre aún detendría con su sol enfermo, pero que después irrumpirían sobre la ciudad como un ejército que hace incursiones en un país vecino y termina por provocar un incierto mestizaje de costumbres. Cuando media hora más tarde penetró en Liceo, Araújo estaba sentado en una mesa solitaria."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.146.
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