"El aspecto religioso de la vida de Auria había pasado a términos muy secundarios, y la lucha, tan denodada en años anteriores, había ido cediendo. (...)
Y en mi caso particular, ni aun eso, pues mis asistencias al templo, más que originadas en la militancia de la fe, obedecían a las fluctuaciones de mi humor.(...) Por otra parte, mis aficiones arqueológicas y mis estudios, un poco a la buena de Dios, sobre las épocas resumidas en la varia arquitectura del templo habían ido reduciendo la esfinge catedralicia a las razonables proporciones del conocimiento; aunque, a decir verdad, en el fondo de mi ser, sofocada, mas no acallada, seguía estando viva aquella tendencia a responsabilizarla por todo cuanto de injusto, insólito o negativo sobrevenía, sobre la indefensión de mi vida."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.320-321
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