"...de aquella primitiva ligazón que me había tenido como apresurado en la dura permanencia del templo, en su perpetuidad implacable, en su estabilidad. Pero aquella tétrica coyunda con la catedral y su imperio sin respuestas también tendría que ser cancelada, tanto en el poder de su presencia material cuanto en la sutileza de sus símbolos, que me habían ido envolviendo, penetrando, hasta inmovilizarme."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.242
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