"Interesa, aun a riesgo de parecer demasiado prolijos, a la crónica de Auria, decir lo que la tradición afirma que allí ocurrió. No es nada fácil, a causa del confusionismo que siempre obscurece el criterio histórico, aun en los relatos coetáneos. Los paseantes del espolón de la Plaza Mayor, al ser interrogados, después de la tremolina, por las gentes ávidas de información, incurrieron, desde los primeros momentos, en insalvables contradicciones, que incluso llegaron a salpicar de parcialidad los apuntes del cronista municipal de Auria. Pero manejando eclécticamente los confusos materiales, pudo llegarse a la siguiente síntesis: Sobre las notas finales de una fantasía de El anillo de hierro, pues, por ser aquel día jueves, la banda municipal daba un concierto vespertino en la gradería del Consistorio, oyóse una gran voz, saliendo de la mencionada oficina de farmacia:
-¡Proclame usted que esa indirecta no me está destinada o nos vermos las caras...!
Y otra voz de no menor cuantía:
-¡Soy hombre para usted y para diez fanfarrones como usted!
-¡No dice su mujer otro tanto!
Esta última frase fue seguida de un breve y dramático silencio, y, casi de inmediato, oyóse un horrísimo fragor de cristales y cacharrería...
(...) La tertulia, honra y prez de aquella ciudad, quedó así disuelta hasta varios años después en que el venturoso hallazgo, casi simultáneo, de una citania celta en tierras de Lobios, de un templo mudéjar en las de la Manchica y de tres aras romanas en Xinzo de Limia -la Civitas Limicorum del Imperio-, vinieron de nuevo a nivelar aquellas altas mentes y limpios corazones en los planos inmaculados de las ciencias históricas."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.233/234
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