"Habían pasado cuatro interminables años desde el encarcelamiento del tío Modesto y la huida de mi padre, cuando mamá determinó que me quedase en Auria para continuar, en el instituto, mis estudios. (...)
También la ciudad había ido cambiando en aquellos años decisivos, aunque el fondo de su espíritu continuaba siendo el de antes, pues la generación criada -educada sería mucho decir- en los nuevos usos, que en aquel quinquenio sufrieran una visible modificación, no tenía aún directa injerencia en la vida del burgo, ni siquiera en su propia vida. Las diligencias iban siendo sustituídas por líneas de autobuses, los trenes eran más frecuentes; la luz eléctrica era ya un patrimonio público y privado, con lo que la ciudad había perdido aquel íntimo misterio nocturno que la hacía retroceder, llegada la obscuridad, a siglos pretéritos, con sus callejas lóbregas y estrechas y las antiguas arquitecturas llenas de prestigio fantasmal. La instalación de dos Escuelas Normales había atraído sobre Auria una irrupción abundante y alegre de muchachos y muchachas de la provincia. Las conquistas de la clase
obrera, al limitar las horas de la jornada, lanzaban más gente a las calles, prestándoles una animación de que antes carecían. Con la luz nueva, los escaparates abrieron tramos de claridad en la pétrea edificación y lanzaban sus brillos sobre las rúas. El reflujo de los indianos iba urbanizando las afueras, que antes metían sus huertos casi hasta las calles de la ciudad, poblándolas de casas, "villas" y chaletsf, continuando la presencia del burgo a lo largo de las carreteras. La artesanía de ambos sexos había terminado por apoderarse del "paseo del medio" de la Alameda, antes reservado para la gente de calidad, durante los conciertos estivales de la banda municipal. A su vez, las clases pudientes -señoritos de casta y burguesía comercial- aparecían más confundidos entre sí, tendiendo a la nivelación que iba estableciendo la ruina de los unos y la prosperidad de los otros.
En aquel Auria que iba surgiendo...
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.297,299 y 300
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