sábado, 25 de enero de 2014

Diversiones estelares

"De estos días viene mi amistad con Amadeo, que era otro deslumbrado (...)

Una de aquellas noches me lo encontré, acodado en el pretil del alto puente de Trajano, con la vista fija en un punto del firmamento. Era un lugar bastante obscuro, y, más que verlo, lo adiviné por el alboroto de su pelo ensortijado y la dignidad de su perfil, que se destacaba contra el resplandor de las lejanas ampollas eléctricas, a la entrada del puente. Pasé una y otra vez, para cerciorarme, y también un poco intrigado por lo que allí estaría haciendo.
-¡Hola! -me dijo (...)
- Estaba tratando de ver quién era el otro extravagante que se queda de noche mirando a las estrellas. Me alegro de que sea usted.
- Pero nada de romanticismo, pura curiosidad científica -su acento denotaba la forastería y podía ser clasificado entre lo que entendíamos en Auria como habla madrileña.
- ¿Curiosidad científica, en Auria? ¿Y trato directo con sus cosas, aquí?
- Un cometa no elige sus puntos de observación, afortunadamente para los pobres de este bajo mundo. Apenas si nos van dejando las diversiones estelares. (...)

Te lo propongo que lo veamos desde los altos del Montealegre: de paso oiremos los primeros ruiseñores, que deben de estar llegando, si no están aquí ya -efectivamente, era una costumbre de Auria el ir a esperar los primeros ruiseñores a mediados de aquel mes, por la noche, a las afueras."

Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia, Vigo 1997, páx.323-325

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