"Tuve un gran disgusto cuando supe que las tías cosían, bajo cuerda, para las mejores familias de Auria, a fin de ayudarse. Yo me sentía incapaz de reaccionar, y lo único que hice fue dejar, de la noche a la mañana, los estudios y entregarme a solitarios paseos por las montañas y bosques cercanos. (...)
Desde que Eduardo llegaba apenas permanecían en casa; todo se les volvía visitas o paseos por las montañas y a lo largo de los ríos, pues según él afirmaba, venía siempre ávido del paisaje natal.(...)
Mi existencia de parásito se reducía a dar largos paseos por las afueras y a devorar, uno tras otro, sin discernimiento alguno, los estantes de la Biblioteca Municipal fundada por mi abuelo."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.315-317
No hay comentarios:
Publicar un comentario