"Fuimos las noches siguientes a ver el cometa de Halley, desde los altos del Montealegre. Aparecía sobre los pinares, fosfóreo, curvo, como agorero.
-(...)Tienes un resplandor extraño en los ojos.
-Sí, a fuerza de trasnochar acaban adquiriendo el color nocturno. Así son los ojos de los diablos, de lso viciosos de la carne y de los garitero -comentó, con falso acento tremebundo. (...)
Me acosté y tardé mucho en dormirme. Repiqueteaban en mi cabeza las frases de Amadeo; sobre todo las más elusivas, las lejanas, las de menos sentido. Se oían los chorros de la Fuente Nueva tamborileando sobre el parche del pilón."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.328/330
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