"Luego todo quedó en silencio. Cuando empezábamos a dispersarnos, con la consigna de vernos de nuevo en el Casino, viose llegar, muy afanada, a una pareja de guardias municipales.
-¿Qué pasó aquí?- demandó, con voz que pretendía ser autoritaria, el más pequeñarro, uno que era casi enano, a quien llamaban el Milhombres."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.215
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