"-Entonces te espero a la vuelta del Jardín del Posío, en la Fuente del Picho. No tardes -le dije.
-No, allí es demasiado lejos y podemos perdernos con tanta gente como irá.
(...)
-Hay que andar con cuidado, pues me parece que tus tías Lola y Asunción también van a ver la muerte, desde el mirador de la finca de los Eire.
(...)
-Bueno, después te contaré. Date prisa. Te espero en la Fuente Nueva -y dejó allí el capacho de la compra, en la panadería de la Maica.
Un río interminable de gente se encaminaba hacia el campo del Polvorín. Mucho antes de llegar ya tuvimos que acortar el paso, y terminamos por meternos a través de unas viñas y por vadear un arroyo descalzos. (...) Mas tampoco así pudimos entrar ya en el campo de la ejecución. Retrocedimos, para coger el camino de la Sila, entre altos paredones que cercaban las viñas, y gateamos por las junturas de las piedras de uno de ellos hasta encaramarnos a una heredad.(...)
El espectáculo era imponente, sobrecogedor. Nunca en mi vida había visto yo semejante gentío... (...)
Parecía estar allí toda la gente del planeta. En torno al patíbulo, custodiado por la guardia civil, se apeñuscaban los hombres y los muchachos, y luego por todo el campo y coronando las bardas de las huertas, o subidos a los escasos árboles que bordeaban el río. (...)
El campo del Polvorín se estremeció con un inmenso alarido, y las mujeres empezaron a correr a través del riacho, levantándose las faldas. Todo ello duró pocos segundos.
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.307-311
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