"Al comienzo de los gozosos paseos nocturnos en la Alameda, que duraban todo el buen tiempo, descubrí, un día, de pronto, las miradas de otras vidas flotando en el aire, llenas de sentido, de comunicación. Las descubrí también en mí mismo. Me sentí en poder de una expectación que ya no nacía de mí, sino que me poseía, que me venía de todo: de los seres y de las otras presencias del mundo que se me mostraban con repentina solidaridad."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.322
No hay comentarios:
Publicar un comentario