"Y como el navarro se mantuviese irreductible, obtuvo un certificado del médico forense y mandó, sorpresivamente, a Eucodeia a que fuese a serenar su ánimo en la quinta episcopal de Esgos, con dos ensotanados guardias de vista, instruidos con órdenes muy severas, haciéndole representar en el sumario por letrados de la Curia, "a causa de su momentánea inutilidad física y de su evidente turbación moral"."
Eduardo Blanco-Amor, La catedral y el niño, ed. Galaxia,
Vigo 1997, páx.219
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