"Cuando abandonaron el local la noche rodó entre las fachadas de los edificios con un revoloteo torpe. "Podemos tomar la última en el Pingallo", propuso don Eusebio, "y allí invito yo, si le parece". Araújo aceptó intentando posponer el acto sacrílego de abrir la puerta de casa y no encontrar a su mujer y sí tal vez a un desconocido con una corbata de lunares en las manos."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.131-132.
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