"Bajó las escaleras despacio y ojeó desde el portal para comprobar si su huida pasaba inadvertida al vecindario. Dobló hacia la Avenida de Buenos Aires, descendió por Bedoya y enfiló la calle Santo Domingo para ordenar sus ideas, cagarse en aquel destino intratable que siempre se le adelantaba a unos metros de la meta después de llevar él todo el esfuerzo de la carrera y verse desprovisto del primer puesto cuando estaba casi acariciando la cinta de llegada."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.117.
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