"-Ya ve, en pocos meses me he quedado completamente solo-dijo Araújo; tenía los ojos turbios de una enorme tristeza, como los de un animal en cautiverio; se habían encontrado en la puerta del Liceo saludándose con desgana y se instalaron en el salón de juego cambiando las partidas ordinarias de escoba por una de ajedrez, para no sentir tan próximas las ausencias de Cisneros, de Tejada, de López.
-¿Tiene alguna dolencia cardíaca, don Rafael?- preguntó don Eusebio."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.121.
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