"En poco tiempo, antes de que se diera cuenta, quizá cuando una semana después retornase a la ciudad, los días volverían a ser pozos grises y las tormentas se intalarían durante Dios sabe cuántos meses en el desorden de las telarañas y en los regatones de los paraguas olvidados en los trasteros. Entonces las lluvias traerían un placer subalterno: las setas. Podría dedicarse a recogerlas como hacía todos los años; bastaba con alejarse apenas dos o tres kilómetros de la ciudad y constitutía una ocupación agradable, no sólo porque le gustaba ese plato, sino porque además pasaba entretenido unas horas lejos del ambiente cerrado del Liceo o de casa."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.137.
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