“-Pero no es la
licantropía patrimonio exclusivo de los literatos; no, señores. Ellos no
hicieron otra cosa que arrancar el tema de la realidad y trasplantarlo de la
historia a la poesía. Si del mundo brillante y atractivo de las letras
descendemos al más amargo y desolado de la crónica penal, no dejaremos de
encontrar frecuentes huellas de la licantropía. Por no ofender la ilustración
de la Sala con enumeraciones que le sonarían a repetición de lo ya sabido, me
limitaré a señalar algunos casos registrados en la Edad Moderna y en la
civilizada Europa: en 1574 juzga el Tribunal de Dôle al licántropo Gilles
Garnier, cuya historia es la misma de Benito Freire. Entre 1598 y 1600 se
produce una verdadera epidemia de licantropía en Saint Claude, región del Jura,
y entre los inculpados figura, por cierto, una mujer. Hacia 1600 hay un
licántropo en Westfalia, Carlos Billhens, de quien dice Martín del Río que
confesó tener pacto con el demonio. En
el mismo año vemos a Jean Grenier en Burdeos; este desgraciado, que apenas
contaba catorce años, se cubría con una piel de lobo para cometer sus
desaguisados y luego, en la prisión, devoraba crudas las entrañas de los
pescados y andaba a cuatro patas como una bestia. Otro proceso notable hubo en
Bensançon contra Pierre Burgot y Michel Verdun; decían que se convertían en
lobos y corrían por los montes con una ligereza increíble; luego volvían a ser
hombres y otra vez lobos y así alternaban las dos naturalezas, ni más ni menos
que como ha referido Benito Freire, y se ayuntaban con lobas con el mismo
placer que si fueran mujeres; Burgot confesó haber matado a una muchacha con
las patas y los dientes de lobo; y
los dos juntos mataron y devoraron a otras
jóvenes en Poligny, Jura. Hace muy pocos años, en 1824, en Versalles fué
juzgado Antoine Léger, de veintinueve años; había huído al monte, alojándose
entre breñas y peñascos; raptó a una muchacha para robarla, pero luego sintió
hambre y sed y la devoró, bebiendo su sangre. Existió otro licántropo en Padua
que, según la leyenda, al serle cortadas las patas tornó a su ser humano, pero
quedando manco. Hubo licántropos en Constanza, en Saboya, en Constantinopla,
entre los griegos, entre los livones… ¿Para qué seguir cansando la atención de
la Sala? Séame permitido únicamente referirme a una tradición constante en las
comarcas que dominaron los celtas: en Bretaña se llama a los “loups-garoux”,
“den-uleiz”. Son seres con una doble existencia; durante el día no difieren en
nada de los otros hombres cuyas ocupaciones comparten; por la noche se visten
con una piel de lobo y toman la naturaleza de esta fiera; corren por el campo
atacando a los hombre y cazando animales que devoran con avidez.”
Martínez-Barbeito,
Carlos. El bosque de Ancines. Ayma editor de Barcelona, 1947. pág. 194-195.
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