"Después de la misa, la interminable confirmación a todo el chiquillerío de la parroquia... Y después el desayuno, chocolate con roscones y azucarillos, para toda aquella requitropa, con sus parientes colgados. Se daba en el gran comedor, y la costumbre exigía que lo sirviese la gente principal de la familia (lo que se criticaba mucho en A...); en este caso la abuela, la tía Cleofás y nosotros."
Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páx. 157
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