"Cuando todo estaba en orden -¡vaya un orden!- dentro de la casa, se ocupaba de lo de fuera. Se limpiaban de hierbajos las veredas de la huerta y venía el jardinero municipal de A... a arreglar el jardín, o sea a dejarlo hecho un mamarracho. Brazados de rosas (y todos los lirios, pues la abuela los odiaba, y cada vez salían más sin que nadie los plantase) eran sacrificados por su pasión simétrica; y una vez puso en peligro toda una hilera de manzanos, mandándolos podar ya cargados de fruta "porque estorbaban la visión"."
Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páx.30
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