"Y para tales hazañas había que ir en los viejos coches rechinantes, tragando polvo, quietos cada uno en su sitio, sin dejarnos siquiera encaramar al pescante, como cuando bajábamos, sin extraños, a la villa o en el largo viaje a A... a hacer compras con la abuela o con la tía María Cleofás, sentados junto al Rúas o al Barrigas, los cocheros, siempre tan alegres, con sus carotas llenas de risa y sus denuestos por lo bajo."
Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páx. 19
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