"Conque, la víspera de San Pedro, a la hora que habitualmente se dedicaba a la siesta, empezaron a llegar los invitados más íntimos (los otros venían sólo para la comida del día siguiente).
Aparecieron con su algazara tonta, sus risas sin causa ( como si tuvieran que reírse por obligación), y sus pasmos sin motivo, por cualquier cosa, porque sí, como si acabasen de desembarcar en un país recién descubierto.
Los peores resultaban los forasteros, los que no eran de la región, generalmente funcionarios y militares que caían a A..., al azar de traslados y permutas.
Eran unos pelmazos y gorrones de marca mayor, con su acento teatral y su falso señorío. Todo lo encontraban "pintoresco" (¡vaya unos idiotas!)..."
Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páxs. 140
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