"Durante el par de días que duraba aquel jolgorio, además de perder nuestra libertad, teníamos que apechugar con las mismas estupideces y farsanterías, con las mismas caras y los mismos gestos, que nos resultaban inaguantables, asquerosos, durante el resto del año en nuestra vida familiar de la ciudad.
Pero no eran sólo los huéspedes, que llegaban de A..., sino que la fiesta en sí me aburría. La aldea dejaba de ser aldea sin ser otra cosa, y los aldeanos también. Era como un carnaval sin gracia en el que todos parecían no hacer otra cosa que esperar las horas de comer. Porque todos, ricos y pobres, paisanos y puebleros, tragaban hasta quedar idiotas de hartazgo y de bebida; pero más de comida, como si se emborrachasen con ella. Y, además, en nuestra casa, después de aquella invasión y aquel estruendo, la final rebatiña..."
Eduardo Blanco Amor, Los miedos, ed. Destino, Barcelona, 1963, 1ª edición, páxs. 138-139
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