"Descansó un rato en la terraza y agradeció la fresca noche plagada de estrellas, la ruta virgen de la vía láctea, que no era vía de muerte sino de principio de todos los caminos, de fin de todos los peregrinajes, como el que había iniciado unos meses atrás, cuando la ciudad era un recinto de lluvias funerales y él un hombre solitario sin más énfasis que el de envejecer jugando partidas de chinchón o leyendo los periódicos."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.90.
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