"Se protegió del calor en las arcadas de la Plaza Mayor y entró en casa; guardó en la nevera el herbicida "para que no pierda sus propiedades" y buscó en la cocina algo que comer. Le daba pereza limpiar las sartenes amontonadas en el fregadero y se hizo un bocadillo, "suficiente para aguantar hasta la noche"."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.85.
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