"Las mañanas en el Liceo eran más aburridas que de costumbre; los socios iban a misa, se permitían largos paseos familiares, comían pulpo en las tascas y el recinto adquiría la soledad de la ausencia más irrespirable. Cruzó la Plaza del Trigo para beber algo en el Queso, pan y vino. Años atrás, cuando después de la muerte de Amelia se unió a un grupo de excompañeros de trabajo y asociados del Liceo con los que iba a rondar por la parte vieja, penetraban en casi todos los bares."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.98.
No hay comentarios:
Publicar un comentario