"En una droguería de la Plaza del Hierro adquirió el herbicida que estragaría la precaria salud de López. Paseando por la calle de los Hornos se encontró con Rosa.
-Buenos días, don Eusebio.
-Buenos días, Rosa.
No deseaba aquel tropiezo pero la mujer estaba dispuesta a narrarle la pesadez de los treinta y tres grados, lo fresquitas que eran las mañanas y el gusto que daba caminar temprano por los parques, cuando ya el día era una llaga abierta pero el sol aún no descolgaba sus latigazos sobre las espaldas de los habitantes."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.84.
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