"Después se enzarzaron los dos en un coloquio esquivo acerca del tiempo, del verano recién instalado en el campanario de la catedral, en las piernas de las muchachas, en sus cuerpos abotargados tras varios meses de dura melancolía. "¿Y qué me dice usted de los asesinatos?". (...) "Nunca había pasado nada igual en esta ciudad", dijo Manolo, "y es raro que en un sitio tan pequeño, donde todos nos conocemos, pueda estar suelto por ahí un loco va matando viejos.".
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.66.
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