"...aproveché la circunstancia de no tener que actuar como verdugo para actuar como ladrón y me apropié del mechero que me había encandilado semanas atrás en el Liceo. Sin embargo, al descubrir a Nicanor muerto, la babilla que aún vivía entre la comisura de los labios, no experimenté la absurda sensación de culpabilidad que sentí cuando ocurrió el trompicón mortal del trapecista Cisnero."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.78.
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