"Decidió ir a ver sin demora a Araújo y contarle esto último; pasó por el Liceo, se enteró de donde vivía el socio y antes de aproximarse hasta la dirección que le facilitó Adolfo, sintió unas ganas incontenibles de cagar; fue hasta su casa, se sentó en la taza dándole vueltas al asunto, con los excrementos se purificó de su cuota de culpa y, aligerado, llamó al timbre de la puerta Máximo."
José María Pérez Álvarez, Las estaciones de la muerte. Duen de Bux, Ourense, 2008. Pág.75.
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